Hay que estar alegre y dicharachero, optimista y risueño porque cualquier personalidad oscura supone un incordio. Yo creía, y aún lo creo que uno nace alegre o meditabundo, es decir, uno nace con propensión a la alegría o a la timidez. Se nota perfectamente cuando un bebé, por ejemplo, llega a casa. Su forma de llorar, su intensidad, sus silencios, todo indica un carácter innato en ciernes. Es verdad que la experiencia lo moldea pero no lo crea. Es después, con posterioridad a ese reparto natural de personalidades cuando a uno le ponen en terapia para ayudarle a gestionar su turbio armazón. Pero siendo, como soy, defensora de la psicología como herramienta de ayuda, considero que los esfuerzos dialécticos que la acompañan ayudarán, a lo sumo, a "aceptar" que uno no es un optimista antropológico (no parecerme a Zapatero me parece un cumplido) sino un alegre intermitente, un alegre mestizo que, en ocasiones, deviene mohino y poeta. Los esfuerzos terapeúticos nunca podrán hacert