Relato corto en tres tiempos: Los ojos de Muhmad

Sus pupilas titilaron unos segundos, de forma similar a las estrellas de noche, como si temblaran fugaz, casi imperceptiblemente. Estaba tumbado en unos cartones sobre un banco y miraba el cielo de las nueve de la mañana. Muhmad se buscaba la vida en las calles del barrio de Retiro, un entorno acomodado y apacible, colmado de culpa cristiana. Y reitero esto de la culpa porque, durante años viviendo en las calles Muhmad había aprendido al menos dos cosas, una era la importancia de aislar el catre de la humedad y otra era la habilidad de distinguir culpa y conciencia. La primera sensación permitía pingües pero constantes réditos por parte de los subscriptores de limosna, mientras que la segunda versión proporcionaba puntuales aunque más elevadas aportaciones y ocasionales bocadillos e iba acompañada de un deseo más o menos difuso de cambiar el mundo y, con frecuencia, exigía charlar con el “concienciado” sobre ciertas nebulosas oportunidades de reinserción social.
El joven Muhmad, que yo conocía a través de la asociación, no llegaba a los 30 pero nunca conoció la alegre juventud. Visto desde fuera su agenda vital estuvo marcada por el infortunio de la pobreza secular y la enfermedad mental. Nacer de una madre soltera en un suburbio de Fez fue la antesala de una identidad marcada por el ostracismo y la precariedad en la que al amor nunca llegó a borrar la vergüenza. Una esquizofrenia sin tratamiento médico alguno terminó de hacer el resto. Emigración durante la adolescencia, trabajos esporádicos en la fresa, centros de menores, alcoholismo. Visto desde el corazón de Muhmad así era la lógica del mundo y de la vida. La preocupación era siempre coyuntural, lo mismo que el disfrute, y una vez garantizado el mínimo abrigo y condumio, todo estaba bien o no, o todo estaba mal, según.
-Esto es algo así como la muerte- le había dicho una vez a un compi al que todos llaman “Rubiales”-Estar cerca de la muerte nos hace grandes, amigo Rubiales. La vida es un maratón y nosotros los marroquíes siempre queremos correrlo descalzos...
-Gran frase morito- asintió “Rubiales”- Eres un poeta-
-Bah, tonterías…-se burló Muhmad, para quien la poesía era una pérdida de tiempo.
El endurecimiento de su alma era a estas alturas de la vida un asunto retórico, una obviedad. Aunque su mente, en efecto, conectaba brutales poemas de metáforas azules, de sombras chinescas y nubes cambiando de forma en medio de la vida y la muerte.
Puede que a su manera, los ojos de Muhmad titilaran como los de un poeta que mira al mundo. Quizás para nosotros, sus observadores, esa posibilidad no sea más que un consuelo, una forma de darle trascendencia a la miseria, de darle profundidad al abandono, belleza redentora al hambre y la exclusión. Ese héroe no es Muhmad, no es poeta, no lleva un esmoquin raído, esos son los nuestros, nuestros ojos. Pero es cierto que los ojos de Muhmad titilan, los he visto a menudo, como perdidos, incendiados, mirando sin mirar las cosas que mira, nubes que vuelan, cristales rotos a un paso de la muerte.

Comentarios

  1. muy bueno Susi, a ver cuando te animas a escribir una novelita porque este post alargándolo y con un buen argumento ya lo tienes hecho...

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  2. Amelia, deberías hacer caso a El Mítico. Me ha encantado . Gracias

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