Relato corto en tres tiempos: Los ojos del poeta

Sus pupilas titilaron unos segundos, de forma similar a las estrellas de noche, como si temblaran fugaz, casi imperceptiblemente. Era lo que hacían sus ojos de poeta en su fase r.e.m (rapid eye movement). De este modo encontraba la belleza que necesitaba para habitar el mundo, la dosis suficiente de versos ensartados como guirnaldas con sus palabras favoritas (quizás, tal vez…) y la dosis clave de silencio para formar canciones.
El poeta, lo mismo que un carnicero por los cuchillos tenía debilidad por los personajes. Tras ellos corría su mente igual que una liebre. Como gran fabulador construía historias habitualmente poéticas, cortas, sensoriales, de evidente belleza. Fabulaba, sí, todos los sabemos, fabulaba y fabula como modo de vida, como la rana que le dice al escorpión: ¿y tú, qué, como siempre…? El poeta, la persona también, de carne y hueso, tenía además simpatía con los antihéroes. Superratón y el Henry Fool de Hal Harley fueron sus principales referentes en la infancia y adolescencia. Todo esto contribuyó decisivamente a que el poeta pusiera sus ojos en Muhmad, que cada día se apostaba a dormir en el portal de una entidad financiera en plena Avenida del Mediterráneo, cerca de su casa.
Al mirar al vagabundo, las frases fueron saliendo como rápidas jugadas de ajedrez acumuladas en la retina. En seguida Muhmad se convirtió en adalid de la libertad verdadera, en prototipo del antihéroe que desde fuera del sistema observa del mundo la belleza, un desheredado sin techo que duerme como Ofelia sobre el lago, temeroso de no despertar, un clochard en la rivera del Sena, recordando que atesora vivencias, que oculta genios poéticos. La gran metáfora de los poetas que, tal y como ocurre en la vida misma, se ocultan del exterior para seguir disfrutando del fecundo territorio del exilio.

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