Pícaros y buscones



El post de los vendedores de humo, como suele ocurrir en muchos casos, alargados intelectualmente en sobremesas con vino, ha dado mucho juego. También el otro día en un cumpleaños de extraradio me lo confirmó un invitado que podía ser estibador de muelles o herrero medieval: somos un país de pícaros. Ergo ya tenemos una base más amplia para sostener la idea de que parte de nuestra deriva socio-económica (y los propios pícaros dirían que parte de nuestro encanto) se la debemos a una herencia cultural que se remonta al lazarillo de Tormes y El Buscón de Quevedo, a Sancho Panza (más que al Quijote que en realidad era un afrancesado, un rarito) y a toda la saga de Jaimitos inimaginables.
Somos pícaros, en buena medida, bordeando la ley y las buenas costumbres hasta cuando el pícaro no tiene ninguna necesidad de traspasar los límites. Ya que por lo visto, lo mismo da ser Urdangarín (presuntamente) que su porquero. En nuestras raíces más remotas, desde el medioevo al destape y llegando a Torrente tenemos un lazarillo, un truhan con encanto, vamos, un jeta de tomo y lomo.
Tendremos que revisitar lo que somos antes de culpar únicamente a los políticos. Es decir, esa identidad que se dibuja en la literatura, en el imaginario colectivo y también en las prácticas del día a día y que, sin duda, abunda fuera de las Cortes, en las calles, las empresas y las organizaciones de todo pelaje, que abunda, en definitiva, en nosotros mismos.
O nos miramos en el espejo de nuestras miserias o estaremos condenados a ser furgón de cola, más alegres eso sí, jodidos pero radiantes, que diría Mario.

Comentarios

  1. bueno, yo siempre lo he dicho, en esas tertulias con vino, sólo que con otra palabra. nuestra gran tragedia fresca y vivaraz es ser un país de chorizos. el espíritu choricesco que nos corre por la venas. que en algunos paises veas carros de verduras con la lista de precios, la balanza y la hucha para un confiado "fai da te" mientras que al verlo te ronda en la cabeza que en tal escenario, en tu país, la peña no sabría qué llevarse primero, si el carro, las verduras o la hucha -dependiendo qué estuviera más lleno-. ese día, el día del carro en una bonita isla danesa, yo comprendí muchas cosas.

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