Pienso luego voy en bus

Me gusta ir en autobús porque puedo pensar 
Literalmente abandono el mantra no pensante, 
eso que hacemos los humanos de repetir escenas vividas 
y sus encadenamientos 
como ruedas de molino.
Es eso lo que hacemos tantas veces, 
repasar listas, 
botones sin coser
y yogures por comprar.
Analizar lo escrito o leído o escuchado
bombardeado 
en las sienes
como rayas de escaleras mecánicas
adheridas a los ojos en el último escalón
que engulle la tierra.

Procesar, masticando la vida.
Como un rumiante mastica la hierba.

Pensar es otra cosa.
Me refiero a pensar en lo que venga.
O lo que ves. O lo que sientes. 
Pensar sin red.Un aprendizaje de funambulista.

Voy en el bus, con mi cuaderno y pienso.

Acaricio los lomos de la Moleskine,
-L´essentiel est invisible pour les yeux-
como una pitonisa ante su cliente la esfera de cristal.

Me siento importante. 
No me ahogo en mi ni en la vida. 
Soy el tótem y el espíritu de mi cuerpo. 
Soy yo la directora de la orquesta,
la cocinera de las palabras
la jefa de operaciones.

Eso no ha ha sido así siempre. Pero...
Tras la maraña adolescente intensamente caótica,
dramática (-no more dramas)
he olvidado tantos miedos...
He conquistado tantos bailes, tantos besos, tantas frases, que ni siquiera necesito una sola de ellas.
Mi propia imperfección me satisface y dentro de esta bruma tan llena de aristas, me siento como una rueda dentada, conectada a un engranaje que no rechazo ni desprecio ni comprendo, en realidad.

Esa es la clave. Querer estar aquí y saber. Saber estar.
Allá voy, cuesta abajo, con la verja del Botánico a mi izquierda.
Con una curiosidad innata hacia lo común superlativo.

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