¡Eres español y lo sabes!
A vueltas con la identidad
individual y colectiva, a una servidora
se le van los pies con esta danza del absurdo que estamos bailando en los
últimos tiempos. En verdad es inevitable
ponerse las alpargatas de bailar sardana pues no hay un minuto del día, de cada
día, en los últimos meses, en que Cataluña no sea tema de conversación,
tertulia, columna o viñeta. -Osti tú- que diría Eugenio (he pasado media
infancia escuchando a Eugenio en la radio del coche de mi padre) es que la ocasión lo merece…
Hoy recuerdo con cariño otros
tiempos en que nadie hacia mucho caso al tema de Cataluña. Una vez, siendo yo
profesora asociada de ciencias políticas (iba a poner mileurista pero entonces
el sueldo no me daba ni para la mitad de eso) mi amiga Anita hizo una fiesta de
disfraces en su piso compartido de la calle Marqués de Zafra. Se gestaba por
aquellos tiempos la segunda versión del Estatuto Catalán y yo solía comentar la
cuestión territorial con los alumnos. En esa fiesta le propuse a mi novio ir los
dos con disfraces conjuntados, tú de Constitución y yo de Estatut. Mi entonces
novio y actual marido, me miró con toda su “mancheguidad” y me dijo, ¿eso qué
es, humor político? Pues sí, era mi forma carnavalesca de tomarme a chufla las
cosas de la secesión y los estados confederados precisamente porque sí les doy
importancia.
El caso es que yo sí me
confeccioné un atuendo estatutario con una faldita de tablas hecha con folios
pegados a una cinta adhesiva, un body negro, peluca rubia “a lo Belén Esteban”
y barretina. Lo hice en parte por provocar, que es lo que se hace en Carnaval
pero también, lo digo de corazón, para que la gente fuera consciente de que
salvo cuatro freaks de Somosaguas o Ciudad Universitaria, nadie se había leído
las pocas hojas del Estatut del que todos hablaban.
Me ha dado tiempo a tener dos
hijos y cambiar 3 veces de trabajo pero el debate no ha evolucionado mucho,
salvo para llevar más lejos las mismas neurosis tardo adolescentes mal
digeridas de siempre. O parafraseando al gran sociólogo Pérez-Díaz en una
reciente reflexión sobre los últimos siglos de España: “Ahora estamos aquí, entretenidos con las ansiedades del momento, y
casi carentes de narrativas históricas, en un estado de cierta penuria cultural
disimulada.(…) quizás sea cosa de comenzar a rememorar las cosas poco a poco,
mientras nos aplicamos a la tarea de poner en orden el desorden inmediato.”
Faltos de relato histórico,
huérfanos, diría yo, de relato histórico y casi de relato, los españoles vamos
errantes por mor de la penuria cultural y últimamente de la penuria a secas. Así
las cosas, resulta que Trueba no se ha “sentido” español ni cinco minutos en su
vida y hace unos meses Yunqueras proclama en Salvados que España era para él
como una suegra antipática que uno está deseando perder de vista.
En realidad, ¿qué es la identidad
sino una serie de rasgos culturales, sociales y políticos compartidos en modo
variable por cada cual? Hoy lo contaba un intelectual entrevistado por el El Pais (no he sido capaz de encontrar el
recorte): la identidad es algo individual. Hacer de lo individual algo
colectivo, como siempre que se habla en nombre del pueblo, es un terreno
abonado para el populismo, el nacionalismo y supongo que todos los ismos.
En realidad nadie debe meterse en
las razones del corazón que acompañan el simbolismo íntimo con el que cada cual
se siente más conforme, banderas, posters del ché o Los Secretos o estampitas
de la virgen de tu pueblo. Pero una cosa
es la identidad y otra la nacionalidad. Uno es o no es español, sienta lo que
sienta y lo adorne como lo adorne. Como diría la Mari Manene del pueblo de mi
suegra, -pero hermoooosos…-, ¿no
desayunáis de vez en cuando café con churros? Ea pues eres español, porque eso
fuera es imposible ¿O es que acaso comes pepino crudo y yogur como en Turquía? A
lo mejor eres turco y no lo sabes…
Eres español, pretendido amigo
apátrida, quizás incluso contra tu voluntad, si haces un arroz con amigos y os
tiráis tres horas de sobremesa o si pasas por la calle donde vive un colega y
simplemente le dais un toque para que baje a tomar una caña. En caso contrario,
tal vez seas alemán y le pidas una cita con dos semanas de antelación y te deje
de hablar si llegas a tarde o lo cambias de día.
Sincérate contigo mismo, si en tu
pueblo hay 5 veces más bares que farmacias, aprendiste a leer con Ibáñez y te sabes el “Asturias patria querida” de
memoria aunque no seas asturiano ni por el forro, seguramente eres un español
involuntario. Probablemente, tu negación
histórica, tiene que ver con el hecho de que no hayas pasado suficientes tardes
comiendo pipas en un parque y hablando de la vida y eso explique que no te
sientas identificado con la generación nocilla y el donuts de azúcar recién
comprado. Tal vez, tú eras más de pepito de crema…
En definitiva, te has criado en
España amigo. Te sorprende que en otros países no tengan cortinas ni persianas,
hablas español a la perfección y además con un acento característico según
donde hayas nacido pero no con un acento extranjero. Confiesa, en tu casa había
un hermano que quería la tortilla con cebolla y otro sin ella y aún no lo has
superado.
En la práctica, no
puedes escapar del contexto...Lo de menos es que España sea lo que pone en tu
pasaporte español, que te guste el himno o no o que te pintes la cara en los
partidos o que no lo hagas. El caso es que no eres francés, ni chino, ni belga.
No eres alemán, ni ruso. Puedes, incluso ser un freak de lo más extravagante y que
en realidad lo que te emocione sea escuchar la estrofa del “Legal Alien” de
Sting y pensar, -así, así me siento yo en España…like a legal alien in Spain-
(pero no pronunciado con ese líquida, sino en E, de ES-PAIN). Eso me lo creo. No me choca nada.
Es más, si
te quejas de España, si maldices de España, si hablas pestes de España, es un
indicio claro de españolidad. Si parodias España o Cataluña es signo claro de
que te importa “a la española” porque los españoles tenemos que reírnos de lo que
nos importa porque no sabemos, en tales circunstancias, ser nórdicos ni
cartesianos o quizás es porque que expulsamos a los judíos hace siglos y
perdimos con ello la oportunidad de un mayor mestizaje y rigor moral.
En realidad, sinceramente, me
trae al pairo como haga cada cual con su mismidad. Lo que me parece inconcebible
es carecer del más mínimo sentimiento de comunidad. Que no te importe lo que
pasa en este país en el que te criaste, que te sea indiferente su devenir pero
encuentres causas siempre lejanas que apoyar. Me parece marciano que se carezca
del sentimiento solidaridad que sustenta, por ejemplo, el pacto entre
generaciones que está en la base de nuestro sistema de pensiones o el pago de
impuestos y su finción redistributiva. Ese yo me lo guiso y yo me lo como.
¿De verdad se puede ser
totalmente ajeno a la historia, los valores y los recuerdos de tus padres, de
tus abuelos y de cualquier antepasado tuyo? ¿Es posible vivir enajenado de tu
propia infancia y de tu entorno sin algún tipo menor de afinidad o pertenencia?
En definitiva, no hace falta más
que un mínimo tipo de sentimiento de comunidad social o política con los que te
rodean. No matarás por ello (ni falta que hace), no harás campaña a favor,
nunca comprarás banderitas ni las ondearás. Basta y sobra con un mínimo
civilizador, la adhesión incondicional es voluntaria. Pero si te falta ese mínimo, entonces, eres un apátrida nihilista
patológico cuya identidad no debería importarle un mierda a nadie. Y lo peor de
todo (para ti) aunque tu ideal de vida esté siempre en otra parte y en ninguna,
aunque quieras cambiar tu pasaporte español por uno del pato Donald e ir de ciudadano
del mundo intergaláctico, te pongas como te pongas, eres español… y encima lo sabes.
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