Mi vida sin mi
No lo digo en el sentido que lo
hacía Isabel Coixet en aquella peli. No es como imaginar o planear como será la
vida que te rodea cuando ya no estés. Me refiero a cómo es, a menudo, la vida,
tú vida cotidiana, sin un rastro claro de ti.Lo pensé este fin de semana. Cuando hacía los deberes de mates con mi hija, después las
compras familiares, preparando una tortilla de patata, amasando plastilina para
un trabajo del pequeño. En todo el día, mi única misión no ajena fue buscar un
estanco abierto para comprar tabaco de liar. El resto de la semana, incluidas
50 horas de dedicación profesional, fue un encadenamiento de sucesos que
ocurrían para dar sentido y orden a la vida de otros.
Hoy, una receta de El Comidista
me llevó a otra que me llevó a la historia de Jack Monroe, una persona “trans
no binaria”. Me llevó un tiempo entender la cuestión, puesto que Jack dice no
ser ni mujer, ni hombre, ni querer ser a ciencia cierta una cosa o la otra y
descubrir, de paso, que se puede tener no sólo una o varias, sino todas y
ninguna identidad de género. La cosa es que pensé, ¡guau, esa sí es una
conversación compleja con uno mismo….! Una conversación que, ciertamente, yo no
podría tener, ya que en mi diálogo anterior hay más frases del tipo, ¿cuántas
galletas maría pueden comer los niños a la semana? que una rutilante frase del
estilo de, ¿quién soy yo realmente?
No creo que sea yo la primera en
preguntarme quien-soy-yo-al–margen-de-mis-circunstancias.
Es más, en esta suerte de crisis, sé que estoy con mi amigo “N” con quien solía
comer coquinas con arena cuando éramos libres, con mi amiga “A” cansada de
explicar a todos que hay más trajes que el traje vital que se enfunda la
mayoría. Y en homenaje a todos los conflictos de andar por casa, comparto sentimiento y fotograma con la mujer que lloraba ante los helados del super en "Cosas que nunca te dije" (quien la vio se quedó con eso) porque "lo único" que quería era curarse el dolor con una tarrina grande de "Chocolate-chocolate-chip" y con ninguna otra cosa.
Así que siguiendo el silogismo inspirado
en la historia de Monroe, supongo que me encuentro en un camino intermedio es decir, “no-binario” en un sentido vital. Osea-se,
en mi caso, no me identifico existencialmente ni con el cambio ni con la
continuidad, no sé si voy o vengo o quiero seguir o cambiar algo, todo o nada.
Vamos que me veo en una encrucijada, más o menos tolerable, entre la añoranza
de la intensidad juvenil y la satisfacción por la moderación ganada después. Dicho
sea de otro modo, que combino, según los días, un deseo de rebirthing sabor chocolate-chocolate-chip, con el afecto hacia la persona en la que me he
convertido con los años.
Tal vez sólo necesite intercalar
esta sucesión reciente de fotogramas protagonizados por otros, con
un par de escenas protagonizadas por mí, en las que, por ejemplo, baile
descalza en modo molinillo en alguna playa a la tarde o me regale unos
fragmentos de una pieza lenta al piano de Keith Keniff, mientras me imagino,
pongámos en Islandia, tumbada en aspa sobre la hierba y haciéndome una
pregunta profunda como ¿Quién soy yo realmente?
Comentarios
Publicar un comentario