Las nociones ideales

Las personas idealistas somos, según la RAE en su primera acepción aquellas: 1. adj. Que propenden a representarse las cosas de una manera ideal. Las personas idealistas tenemos, por ello, un problema de conciencia cada vez que se abre una falla en alguna de las instituciones en las que creemos.
Hoy me referiré, por cuestiones de actualidad, a la política pero también me pasa con otras nociones susceptibles de ser idealizadas como la familia, el amor o la patria. Porque la corrupción que salpica esta semana la política, más que salpicar la emponzoña, la sumerge en una poza de decepción y fealdad.
Por doquier hay políticos procesados, investigados y condenados, judicial y extrajudicialmente. No oculto que hoy es el PP, pero tampoco que ayer lo fue CIU y anteayer el PSOE y de todo aquel partido que algún momento haya tocado poder en algún lugar del mundo. Porque para ser tentado y mancillado, en definitiva, hay que haber tenido al menos la oportunidad.
El caso es yo, esa muchacha, con incipientes patas de gallo, “idealista de toda la vida” va sufriendo su corazón de camino al trabajo. -¿Qué es la política?-me digo -¿No es ya el noble arte de gobernar con justicia los asuntos públicos?- Repito la pregunta para mis adentros. -¿Qué es la política?- Nuevamente la RAE me dice, en su séptima, octava y novena acepción que es: 7. f. Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados.
8. f. Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos.
9. f. Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo.
Ergo, hay varias cosas, no ideales, sino conceptuales a tener en cuenta. En efecto, la política puede estar relacionada con la actividad del Gobierno y con la actividad de quienes aspiran a obtenerlo. Y también, esto es crucial, de los ciudadanos cuando participan en los asuntos públicos de un modo y otro.
La política pues, puede ser tenida como una entelequia ideal, de tal modo ungida de valores y virtudes, que las persistentes noticias de corrupción hagan caer de súbito su imagen al abismo de los desengaños. O puede ser, es otra opción, vista con más realismo como, por cierto, hacía Nicolás de Maquiavelo. Pensaba esto y me resultaba curioso que los portavoces de la “nueva política” hubieran construido un “frame” (un marco explicativo) que es, a la vez, realista (lo que es) y normativo (lo que debe ser). Tal vez no es un mal “approach” porque, desde luego, en mi experiencia personal con la política aprecio dosis de ambas nociones.
Es verdad que hay una cierta elevación moral, ética y un cosquilleo especial al pisar el Pasillo de Pasos Perdidos en el Congreso de los Diputados o leer en el BOE una pequeña aportación técnica en un texto legal o un speech televisado donde una reconoce una frase como propia y se siente parte de la comunidad política y el juego democrático.
Pero también hay mucha realidad de trabajo diario, de conversaciones cotidianas con gentes corrientes y decentes para gestionar políticas públicas, de horas perdidas y ganadas a la vida personal que son más bien de andar por casa. Simplemente oficio. Porque la política no es sólo lo normativo ideal sino también un oficio como otros con un ingente trabajo de despacho, transacción y gestión de la realidad tal y como es y no como querríamos que fuera. Un oficio que muchos ejercen bien y que otros, en cambio, aprovechan en beneficio propio.
Al final, en lugar de ponerme histérica e hiperventilar, concluyo en que nada es enteramente ideal. Todo, el amor, la política, la familia, todos los grandes conceptos, tienen su carne, su piel y sus vísceras aunque por detrás queramos que tengan también una bonita alma ejemplar que los eleve.
Como en el amor o la política, las decepciones son recurrentes. No todo son besos en andenes en los que se para el tiempo. También hay épocas bajas. Pero luego corre el aire y se toma distancia. Luego se hace justicia en parte, las cosas se recolocan. Se separa el grano de la paja, se distingue, se castiga o se perdona y uno, finalmente, hace balance a partir de la experiencia vivida. Y una no deja durante el proceso de creer en el amor, y tampoco deja de creer en la política.
La política en la que yo he trabajado durante una década no tiene nada que ver con esta ponzoña insufrible. La mía está llena de conversaciones, de debates de enmiendas, de ensayos, errores y aciertos. Llena de conferencias, de jornadas y congresos, de bocadillos en gasolineras y menús del día. Llena de versiones de documentos, de intentos de comprender y plazos por cumplir. Mi experiencia es ajena a operaciones financieras y sucias mordidas. Mi experiencia está limpia como una patena gracias al escrúpulo propio y a la ajena mirada del cuerpo de interventores ante la más nimia factura de un donut de azúcar sin justificar.

Mi experiencia es también esa parte de la verdad política de la que nadie habla. Mi auténtica experiencia política imperfecta con su toque de resplandor ideal. Es mi historia pero no viene hoy en la portada de ningún periódico ni nunca mereció un capítulo de “Salvados”. Lo que no le resta, by the way, ni un ápice de interés.

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